domingo, 29 de abril de 2012

sábado, 28 de enero de 2012

Marjorie. "la huésped más pequeña"

Belén se encargó de enseñarle muchas cosas a Marjorie, la francesa que llegó con ansias de mundo y nos enseñó lo que es la elegancia de Francia!

No pudimos evitar ir a Antares para probar todas las cervezas artesanales. Compartimos la noche con Amelia, Lula, y Mónica, la agasajada fue Marjorie.

Carolin y Manun haciendo panqueques


Las francesas cocinaron en casa para un agasajo de la Alianza Francesa donde hicieron su pasantía durante 4 meses. Nunca perdieron su glamour!

En la cocina - España/Italia

Luca (italiano) intentando hacer unos bocadillos que cocina su abuela y Manu (español) de ayudante. El resultado: incomibles. Luca es muy buen periodista y escritor.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Texto de Luca: Aguafuertes de artistas

"No había nadie en la calle. Un perro me vio de lejos, y en su rostro apareció cierta atención hacia mis bolsitas, hasta que un ruido que provenía del fondo de la noche le dio otro en que pensar. No había nadie, y los farolitos parecían tiemblar bajo el clima frío de esa noche de septiembre. De repente, una puerta se abrió y de la oscuridad de una blanca casita cubierta de hiedras surgió una voz, sacándome de la incertidumbre oprimente que ni siquiera el mapa podía disipar.
El living me resultó inmediatamente familiar, cálido y seguro. Una abat-jour le daba un color de antecámara francesa medio barroca, donde las obras artísticas golpeaban la vista frente a la tapicería algo sencilla del sillón. La dueña de la pensión me enseño mi habitación, el baño, y se despidió con un tierno “que descanses”, postergando al día siguiente todo lo demás. Siendo las tres y medio de la mañana, puse cara de comprensivo y enseguida me encerré en mi pieza, dejando afuera la desplazante realidad argentina y acostándome con sueños de mi Italia que ya quedaba tan lejos.
Abajo había una acalorada discusión entre dos chicos, un hombre y una mujer me pareció, pero podían ser incluso dos mujeres, por lo que yo lograba escuchar con la cabeza hundida en el almohadón. Enseguida me di cuenta de que debía ser la hora del almuerzo, o tal vez ya se había pasado y estábamos por la tarde. Debajo de la puerta, y a través del agujero de la cerradura, me llegaba un ligero olor de cocina que en vano traté de distinguir; mientras tanto, la animada conversación del plan de abajo se había repentinamente desvanecido, y en su lugar podía escuchar ahora una vaga música jazz. Agarré unos pantalones y una camiseta de mi maleta bien hecha y todavía ordenada, y abrí por primera vez la puerta de mi habitación.
En el rincón de la mesa había un chico dibujando algo en un bloc de notas. Cuando me vio me encaró con sus ojos, y ese hielo que tenían me hizo fijarme en su mirada. Traté de concentrarme en algún detalle que había alrededor de su figura, y al hacerlo me caí en los dibujos en que estaba trabajando y él de repente cerró el cuaderno. “Vos sos?”. Tartamudeé algo en mi castellano aprendido en los libros, y conocí a Gustavo. Me tiró una carta, y aunque yo no creyera en los Tarot me salió la Estrella, porque todavía yo buscaba mi lugar en el mundo; y cuando, meses después, frente a otra carta tirada, volví a pensar en mi estrella, ella me resultó contar una innegable verdad.
Estábamos en el bondi, mojados, cansados. El Niño me preguntaba algo sobre los recorridos del colectivo, pero yo no me di cuenta y seguí puteando el diluvio universal que nos había sorprendido en el puerto. Rara amistad, la con el gallego: no teníamos muchos puntos en común, pero se nos dio por recrear allá en el culo del mundo un pequeño simulacro de Comunidad Europea, que nos ayudara a enfrentarnos con la ciudad y con la saudade de la patria dejada, o abandonada, en breve perdida. El me contaba de Sevilla, de su querido Betis, del papá que le cocinaba la mejor paella del mundo, de la adventurera que era su ex-novia. Yo le contestaba que “igual!”, que “viste?”, que Italia y España eran novias infieles en aquella época.
No tenía hambre. Igual, me fui para la cocina, a ver si encontraba una inspiración. Allá no fue el vacío distante de la heladera que me llamó la atención, sino la cara de Fangi haciendo ñoquis. En medio de la harina que se expandía por todos lados, Ale llevaba una expresión simplemente feliz, satisfecha, al cumplir con su deber del veintinueve del mes. Me paré un rato, traté de cerrar los ojos y volar con la imaginación, disfrutando del perfume de los ñoquis, que sin esfuerzo me transportó hacia atrás...y me vi, me vi niño, en la cocina de mi abuela, donde las papas hervidas se mezclaban al crujido de la máquina de la pasta, mientras que ella, harinosa, alegre como siempre, canturreaba una vieja cancioncita. Fangi trató de traerme otra vez al mundo real, explicándome la tradición de preparar ñoquis caseros el día veintinueve de cada mes; pero yo estaba todavía hundido en mis recuerdos, y pensaba en aquel cuento en que la mujer hace primero dos tallarines, y después dos millones, llenando literalmente toda su casa para complacer a su marido. Y volviendo al presente, me di cuenta de que Ale ya debía estar en la segunda parte del cuento, porque había ñoquis para que los comiera un ejército...
Le dije que estaba quebrado. A lo sumo, podía rendirse a la hipótesis peor y todavía estaría a tiempo para recibir buenas noticias. Igual, estaba indudablemente fracturado. Por enterarse de eso no hacía falta haber estudiado medicina: el dolor, pintado en la cara de la pobre Lulita como un tácito pero rabioso “Grito” de Munch, contaba toda la historia de una noche desafortunada. Además, ya me había pasado lo mismo, aquella vez en que tuve la buena idea de exhibirme en una chilena, en la cancha pelada de mi querido pueblito. Estábamos casi a final del primer tiempo, y perdíamos, claro, así que intenté hacer un gesto extremo. Cuando me caí con todo el peso de mi cuerpo sobre el brazo izquierdo, me arrepentí por haber querido ser tan valiente. Lo mismo debería pasar con Lula, que tenía el luto en su vocecita. Ni siquiera mis frittelle, mis contra re feas frittelle pudieron mejorar la situación.
Se comía es-pec-ta-cu-lar! Al menos, así nos habían dicho antes de aconsejarnos ir a “Jazmín”, un comedor-parrilla en el medio de la nada en el pueblo de Laboulaye.
Lo que era este lugar! Al entrar, nos recibió el maître, que nos hizo acomodar en la mejor mesa que tenían, al lado de la puerta para que pudieramos tener bajo control todo el local. Nos sentamos y empezamos a mirar alrededor nuestro: el restaurant estaba bien cuidado, llevaba cubiertas pintadas con flores y cortinas de púrpura. Un moderno sistema de aire acondicionado refrescaba el ambiente, y aun las plantas que ornaban los rinconcitos parecían aprovechar la ligera briza. A las paredes, el motivo floreal se repetía en una muestra itinerante de artistas locales.
El mozo nos trajo la carta, junto con la lista de las bebidas; eligimos una cerveza Brahma del '85 para acompañar delicatessen de carne grillé, que venían sobre una cama de papas fritas en aceite quizás demasiado vírgen. Mientras que esperábamos, nos pusimos a mirar un programa en el plasma, pero qué digo plasma?, en el cinemascope que rescataba la pared al fondo de la sala: se trataba, me parece, de un documental sobre el baile como terapia después de una operación de cirujía estética, y los otros comensales también lo miraban con cierto interés. Mientras tanto, el restaurant se iba llenando, toda gente de alto nivel que nos hizo pensar en que tal vez eramos demasiados informales para aquellas circunstancias.
Al final llegó la comida, que venía presentada en platos de porcelana y con cubiertos de plata. Y no sólo estuvo muy rica, sino que también nos salió incredibilmente barata, frente al ambiente y al estilo del servicio. Así que cuando salimos, finalmente, no nos sorprendió notar que el escudo aráldico del pueblo, representado en la rotonda del centro, llevara en su parte izquierda un pequeño jazmín, y en la derecha unas albóndigas...

Había un montón de gente. Muchas horas después, en el avión, supe que iba a verlos otra vez, pero en aquel momento me estaba costando muchísimo despedirme, y tenía el corazón fracturado. Fueron días inolvidables, y momentos que guardaré en mi mente por toda mi vida: las sonrisas de Ale, la ironía de Gustavo y las rectificaciones de Fangi, las noches en el Argentino, Mónica y Mamá, las atmosferas de Billie Holiday, nuestra querida plantita hablando con Kiko en el patio, Manu volviendo del casino, la concha en la pared y los huéspedes en la heladera, mis inolvidables tres meses, vuestros inolvidables tres meses. Había un montón de gente saludándome, y jamás los olvidaré."
Luca Scognamiglio

lunes, 28 de noviembre de 2011

Gustavo

Mi amigo Gustavo Morales, artista visual, vivió un año en casa. En esta foto estamos felices porque la experiencia llegaba a su fin. Lo pasamos de primera en todo el tiempo compartido. Hablamos mucho de arte, de la vida, de trabajo, siempre desde el corazón. Cuánto aprendí!
Gracias Gus.